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Deambulante Glorificado

Hay quienes caminan el mundo sin raíces, no porque no las tengan, sino porque aprendieron a llevarlas consigo. Me crié entre dos mundos: la alta sociedad, con su elegancia fabricada, y un origen que nunca coincidió con los apellidos de las fiestas. No nací con privilegios, pero los crucé con esfuerzo. Subí cada escalón, aunque no me perteneciera, y aprendí a jugar un juego que nunca fue mío.


Pero hay una ironía en el ascenso. Cuando llegas a la cima de una estructura que no te corresponde, te das cuenta de que nunca fue tu hogar. Me ofrecieron un asiento en la mesa, pero nunca una voz. Y al final, en los pasillos del poder, me sentí más extranjero que en las calles de donde venía.

Porque la verdadera pertenencia no se compra con trajes ni con títulos. Se construye con vivencias, con cicatrices, con la certeza de que uno no se debe a un apellido, sino a su propia historia. Y esa historia me llevó de vuelta a los míos, a la gente que lucha, a los que hacen camino sin padrinos ni herencias.


Hoy camino entre dos mundos, pero ya no busco encajar. No soy de aquí ni de allá, y sin embargo, soy de todos lados. Me convertí en un deambulante glorificado, no porque no tenga rumbo, sino porque aprendí a hacer del camino mi hogar.

 
 
 

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