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Profeta Cansado

La música no era mala.

Hasta me calmaba,

como si Dios se hubiera colado por entre las bocinas

a pesar de todo.


Pero yo ya pasé por eso.

Ya canté con los ojos cerrados,

ya lloré frente al altar,

ya creí con fuerza suficiente para levantar a un muerto.


Y aun así,

no encontré a Cristo ahí.


Lo encontré después,

en la fiebre.

En el hambre.

En las noches que no terminaban.

En los libros que leí mientras otros danzaban.

Lo encontré en silencio,

sin coros,

sin testigos.


Y por eso no juzgo al que canta.

Porque sé que busca.

Pero también sé que hay una diferencia

entre buscar a Dios

y ponerle bocina.


Hoy los vi desde lejos,

convencidos de que su ruido era redención.

Y me dio paz, sí.

Pero también tristeza.

Porque yo sé —

sé que el pastor no ha leído ni la mitad de lo que yo he digerido.

Sé que su fe está envuelta en papel brillante,

pero no ha conocido el silencio donde Dios realmente habla.


No me siento mejor que ellos.

Me siento cansado.

Profeta sin púlpito.

Creyente sin templo.

Testigo de un Dios que nunca gritó,

pero siempre estuvo ahí,

en lo más quieto.


Y eso, tal vez,

es todo lo que me queda.

 
 
 

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