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El Segundo Templo

Una canción bonita,

como para abrir el corazón.

Y justo cuando parecía que el alma encontraba reposo,

vinieron los gritos.


Gritos de guerra.

Gritos que hubieran derrumbado hasta el Segundo Templo,

no con catapultas ni fuego,

sino con el peso de su falsa euforia.


Dicen que es por Dios.

Pero yo no recuerdo a Cristo interrumpiendo el sueño del justo

ni sacando al enfermo de su cama a punta de altavoz.


No sé cómo explicarlo sin que suene cruel,

pero esto no es adoración.

Esto es ruido.

Esto es ego envuelto en salmos.

Esto es un pueblo que ha confundido volumen con virtud.


¿Dónde quedó el civismo?

¿Dónde la compasión de no imponerle tu cielo a quien solo quiere respirar?


El Templo no lo tumbó Tito,

lo tumbó el creyente desconsiderado.

Lo tumbó el que pensó que una bocina podía cargar la cruz.

Lo tumbó el que olvidó que la fe sin respeto

es solo fanatismo con buena intención.


Y yo,

yo lo miro todo desde la sombra,

con el corazón templado por la experiencia,

con la lengua amarrada por decencia.

Pero se me está acabando la cuerda.


Porque no vine al mundo a quedarme callado.

Y si tengo que ser la piedra que grite cuando todos callen,

que así sea.


Pero que no me pidan bendecir el caos.

No mientras destruyen lo poco que aún merece llamarse sagrado.

 
 
 

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