La Corona del Ego
- Leo Eliseo
- Apr 8
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Durante años, el hombre vivió como todos los demás: caminando en silencio entre la multitud, fingiendo que no oía el murmullo constante de su propia mente. Pero una mañana —una de esas en que el cielo parece respirar más lento— despertó con una certeza absoluta: él era el rey.
No de un país. No de un imperio.
Sino del vasto territorio que se extiende entre el pensamiento y el instinto: su mente.
Convocó un juicio mental, destituyó viejos hábitos, exilió emociones inútiles. Su voluntad se volvió ley. Cada pensamiento debía pasar por el trono antes de existir. La duda fue encarcelada. El deseo, domesticado. La tristeza, silenciada.
Y así construyó su palacio interior: pulcro, ordenado, sin contradicciones.
Un reino perfecto… o eso creía.
Porque con el tiempo, los ecos comenzaron.
Primero en las paredes. Luego en los espejos.
Finalmente, dentro del trono mismo.
Una voz. Suya, pero ajena.
—¿Qué has hecho? —preguntó la voz—. ¿Creíste que eras un dios?
El Rey del Ego intentó sofocar el sonido. Ordenó a sus pensamientos callar. Pero la voz no era un pensamiento: era su sombra, esa parte de él que nunca obedeció, que siempre esperó paciente en el sótano del alma.
Y la sombra creció. Se alimentó de su control. De su perfección.
Hasta que un día, frente al espejo del trono, ya no vio su rostro.
Vio una corona... vacía.
Y un trono... ocupado por la duda que había exiliado.
Había ganado el reino, sí.
Pero había perdido al súbdito más valioso: él mismo.
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