La Partida de San Benito
- Leo Eliseo
- Mar 1
- 2 min read
Y aconteció en los tiempos de la gran quiebra, cuando el sol abrasaba las aceras y el precio de la luz ascendía como incienso en templo pagano, que el pueblo esperó una señal. Y la señal llegó en forma de mercho agotado y un post en Instagram: “Me voy. Cuídense. Bye.”
Las multitudes, confundidas, se arremolinaron en las plazas digitales, clamando explicaciones. Los sabios del pueblo—también llamados tuiteros con PhD en colonialismo—interpretaron el mensaje:
—San Benito se ha ido. Y con él, la última esperanza de la isla.
Hubo llanto y rechinar de dientes en las barberías y chinchorros. Pero algunos, más astutos, comprendieron la profecía:
—Si San Benito se va… ¿qué hacemos nosotros aquí?
Así comenzó la Partida, el Gran Éxodo Boricua, con pasajes a Miami comprados a sobreprecio en Expedia. Tomaron sus Airbnbs en Hialeah y levantaron un nuevo Borinquen en Doral. Pero pronto descubrieron que, aunque habían partido, los problemas los siguieron: el guiso era igual de difícil, la gasolina igual de cara, y el agua sabía rara.
—¿Y ahora qué? —preguntó uno.
—Ahora, esperamos su regreso.
Y así fue que en la diáspora nació una nueva fe, y sus fieles aguardaban con anhelo el día en que San Benito volviera a la isla y, con un solo story, restaurara la justicia y la dignidad. Mientras tanto, los políticos, que nunca entendieron la metáfora, celebraban su ausencia:
—¡Al fin, hemos vencido! —gritaban desde el Capitolio, mientras aprobaban leyes sobre cómo robar mejor sin que se note.
Pero la profecía no había terminado. Un día, sin previo aviso, una alerta iluminó las pantallas de los que quedaban en la isla:
"PUERTO RICO... LOS EXTRAÑÉ. VUELVO PA’ LA ISLA. NOS VEMOS EN EL CHOLI.”
El regreso del mesías moderno era inminente. Los vuelos a San Juan se encarecieron. Hubo tumulto en la 65 de Infantería y caravanas en dirección al coliseo. El gobierno, confundido, temió un levantamiento.
Y así, con una bata Gucci y gafas oscuras, San Benito bajó del avión privado. Pisó la pista con la solemnidad de un prócer. Miró alrededor y dijo, con voz grave y pausada:
"¿Dónde está mi alcapurria?"
Y el pueblo supo que todo estaría bien.
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